martes, 5 de julio de 2016

La elección de Madrid como capital de España.


 Era  villa,  que no ciudad. No era sede de ningún obispado. Carecía de universidad. Competía con la imperial Toledo y con Valladolid -la ciudad  natal del monarca reinante- por la capitalidad de las "Españas".  Pero Felipe II se decantó finalmente por Madrid  que, en tiempos, para más inri, había sido “comunera “ y “beltraneja”.
   La decisión pretendía, en cierto modo, sedentarizar drásticamente la corte tras una suerte de  itinerancia con  resabios medievales que había arrancado con los Reyes Católicos, durante sus campañas militares en pos de la unidad política peninsular, y que se había mantenido en algún sentido con Carlos V. 
  Paradójicamente,  evitar la  cercanía del poderoso Arzobispo de Toledo podría haber sido un velado motivo para no establecer la corte en la ciudad del Tajo. Quizá era una forma de preservar cierta independencia del poder civil con respecto al poder religioso, en un subliminal  juego de equilibrios. Lo cierto es que en el siglo del Humanismo y del Concilio de Trento se designaba como capital del "Imperio donde nunca se ponía el sol" a una villa sin sede arzobispal ni centro universitario.
  Felipe II organizaba así una corte que por otra parte se adecuaba a los típicos criterios geográficos seguidos desde siempre en la ubicación de los núcleos de población. A saber, vientos favorecedores que proporcionasen un aire salubre para proteger a la ciudad del azote de la peste y otras epidemias,  y algún curso fluvial cercano. La primera de estas condiciones la daba la cercanía de la sierra de Guadarrama, de la que partían vientos que barrían la ciudad en diagonal hacia el sur. Río existía también,  el llamado Guadarrama que a partir del siglo XVII  pasaría a denominarse Manzanares. Pero las aguas necesarias para el desarrollo y el bienestar de la villa no iban proceder de esta corriente fluvial. El aporte hídrico de Madrid tenía su origen en los magníficos acuíferos subterráneos que surcaban el subsuelo de la población y que afloraban en multitud de fuentes.
  Era una corte a estrenar que precisaba de una estructura burocrática y administrativa muy potente que diera soporte a un estado de la magnitud del gobernado por la dinastía de los Austrias. Eso acarreó una inmigración de un cierto nivel, generalmente procedente de la cornisa cantábrica, con atributos de hidalguía, y que aterrizó en el aparato burocrático de la villa, surtiendo de secretarios y funcionarios a la administración que se ponía en marcha. 
 Todas estas, de manera general, fueron algunas de las circunstancias que marcaron el arranque y posterior devenir de Madrid como capital de las  "Españas".

(Texto: Mariano L. Acosta Abellán )

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