domingo, 9 de abril de 2017

Estilistas contra “angloaburridos” en la literatura española de los años 80 y 90 del siglo pasado.(Quevedo versus Cervantes)



En los años 80 del siglo pasado se dio una controversia muy curiosa en el ámbito de la literatura española. Se puso de moda por aquel entonces el cultivo de una prosa digamos preciosista, como de orfebrería literaria, asociada sobre todo a un cierto  columnismo periodístico  con ambiciones estéticas que quería dejar la impronta, en cada artículo, de una obra maestra. Evidentemente hubo  calidad y altura literaria en algunos casos.
   Pero lo que recuerdo como más polémico fue esa disyuntiva y esa guerra que enfrentó a los llamados  estetas, finos estilistas, orfebres de la prosa y que se adornaban hasta el empalago, contra los que consideraban el idioma como una herramienta valiosa para contar historias pero para usar de manera discreta y si me apuran de forma funcional, al servicio del relato que es en donde residía  realmente el valor literario de la obra. Los primeros, los Umbral, Raúl del Pozo y hasta el nobel Cela , etc,etc,  hablaban displicentemente de los “angloaburridos”, de los de la “prosa de almacén” refiriéndose a los Marías y compañía.

Decían que para escribir alta literatura no había que contar que “la marquesa salió a las 5 de su casa”. Hablaban de la "odiosa premeditación de la novela". Hasta en alguna ocasión el gran escritor catalán Juan Marsé entró en la polémica cuando vino a decir en algún artículo que esos estetas de la columna vendían humo en realidad.
"Prosa sonajero", así definía el autor de "Ültimas tardes con Teresa" el tipo de escritura que destilaba el columnismo de finos estilistas que tanto abundaba entonces. Pero los ataques eran muy cruzados, evidentemente. Francisco Umbral, uno de los principales adalides de esta manera de entender el oficio literario, en quien desde hacía ya algún tiempo había puesto el patriarca Cela todas sus complacencias, ejercía desde su brillantísima tribuna diaria una suerte de juicios sumarísimos donde sentaba jurisprudencia de lo que era buena y mala literatura. Hay que reconocer que el caso de Umbral era especial. Es innegable que su capacidad para retorcer poéticamente el idioma y generar escrituras con una plástica cercana a lo sublime impresionaba al lector. Además, se había construido un personaje. Dandy, conspicuo, diferente, mediático... Pero no había duda de que detrás de todo eso había una capacidad literaria potentísima que lo respaldaba. Sus textos rezumaban de metáforas, de imágenes y de recursos que hacían de cada columna una obra de arte. Tan alto volaba que parecía dar a entender que la belleza que generaba lo eximía de cualquier otra esponsabilidad. Esa belleza era una suerte de moral en sí misma que justificaba cualquier acción, por deleznable que pareciera. Eso por lo menos era lo que a mí me llegaba, y supongo que a muchos. Sus diatribas y denuestos contra escritores que no eran de su agrado eran de dimensiones bíblicas y llegaban casi a lo cruel. Se cebaba de manera inmisericorde y de forma recurrente con Pío Baroja al que acusaba de utilizar una prosa desastrada, negligente, que se desmoronaba de puro mala que era.
Se mofaba de la precariedad de los recursos sintácticos del gran escritor vasco, que dudaba si decir "ir en zapatillas", o "ir con zapatillas" en lo que eran sus elucubraciones literarias de más altura según el vallisoletano. A tal extremo llegó la forma de zaherirle, recreándose obsesivamente en la descripción de lo que percibía como limitaciones intolerables en un escritor, que el sobrino del novelista de la generación del 98, el habitualmente moderado y discretísimo investigador y erudito Julio Caro Baroja, hubo de salir a la palestra mostrando su protesta e indignación ante lo, para él, injusto de esos ataques. 
 Hasta esos límites llegaba la obsesión por el estilo. Parece ser que ciertas concepciones literarias no  contemplaban el hecho de que en un mediocre envoltorio puede ir oculta la cosa más valiosa. El que la "marquesa salga a las 5 de su casa" puede implicar algo mucho más elevado que la propia forma de expresarlo...
                                                                                (Continuará...)

(Texto: © Mariano López A. Abellán)


                                                                                                  

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