sábado, 27 de enero de 2018

Paco Ibáñez, un juglar de nuestro tiempo.



Hay quien dice que los poemas llevan una música oculta y sólo una. Que está como encriptada y que quien la hace aflorar  llega a la esencia de la poesía.
 Se componen muchas canciones partiendo de poemas pero a menudo son sólo aproximaciones a esa melodía esencial. Buenas canciones algunas de ellas, pero que no llegan a esa cristalización que consiste en llegar a su auténtica música interna. Cuando conseguimos acceder a ella ya tenemos la obra maestra, algo inefable que captamos inevitablemente. 
 Hay un cantautor, un compositor, que lleva como una llave maestra con la que abre con una facilidad asombrosa esa caja fuerte tan inaccesible para tantos donde se oculta la auténtica música de la poesía. Desencripta, descodifica el poema. Es Paco Ibáñez. 
 Contaba  José Agustín Goytisolo que el día que conoció a Paco éste le cantó algunos poemas suyos a los que había puesto música. El poeta se quedó perplejo, conturbado. Como radiografiado a través de esos poemas convertidos en canciones.  Hoy en día cuesta imaginar “Palabras para Julia”, “El lobito bueno”, “Me lo decía mi abuelito”, etc sin la voz y la melodía de Paco Ibáñez. Ni “A galopar” de Alberti, ni las de Neruda... Música y letra son ya muy difíciles de disociar. 

 Paco Ibáñez es hijo de padre valenciano y madre guipuzcoana. Tras la Guerra Civil su progenitor se exilió a Francia y Paco permaneció con su madre y sus hermanos en un caserío guipuzcoano hasta los 14 años, periodo que homenajeó muchos años después con un disco en euskera cantado a dúo con el desaparecido cantautor vasco Imanol, y que llevaba un diseño del escultor Oteiza.  Posteriormente toda la familia consiguió reunirse en París. Tras vivir en la capital francesa durante muchos años Paco se trasladó a Barcelona donde reside actualmente. 
 Yo tuve conocimiento de sus canciones en el año 1973. Eran los tiempos de las películas de "Arte y ensayo", de los “cineforums”, del "compromiso". Esos aires nuevos llegaron incluso al colegio Marista donde yo estudiaba 6° de bachiller a mis quince años. El profesor de Religión, hermano Fulgencio, y el de Literatura, José Rocaspana, organizaron una audición de un disco de Paco Ibáñez tras el que se entabló un coloquio muy didáctico sobre literatura española. Descubrí que esas canciones tenían un estilo muy diferente a lo que se escuchaba habitualmente. Y es que la forma de abordar la interpretación por parte del cantautor era de un minimalismo extremo. Sólo había una voz austera y una guitarra tocada con mucha maestría y no se echaba en falta nada más. Pero uno percibía la esencia más profunda de los textos. Pasaron por los surcos del vinilo varios siglos de la poesía española. Ahí estaban Quevedo, Góngora, el Arcipreste de Hita, Jorge Manrique, Antonio Machado, Lorca, León Felipe, Rafael Alberti, Blas de Otero, Gabriel Celaya, José Agustín Goytisolo, etc, etc ... 
Aparte de magníficas canciones lo que  había allí era un material muy valioso para divulgar e iniciar el conocimiento de las letras hispanas.

 Desde entonces he seguido la trayectoria de Paco Ibáñez. Me hice de sus discos, saqué sus canciones a la guitarra y fui a bastantes recitales suyos a lo largo de los años. La primera actuación  que recuerdo fue en Granada en el año 1979, cuando yo estudiaba la carrera, en un pabellón deportivo que había al final del Camino de Ronda. Iba de telonero suyo un cantautor portugués magnífico que fue todo un descubrimiento, Luis Cilia. También los acompañaba un francés del que no recuerdo ahora mismo el nombre. Años después ví cantar a Paco en Fuentevaqueros, en el homenaje anual que se le hacía a García Lorca. Y en algunas otras ocasiones. 
 Las última actuación suya a la que asistí se dio en el Centro cultural de Ceutí, aquí en la provincia de Murcia. Fue en 1998, en una época en que coordinaba dicho centro un buen amigo, Juan Antonio García Cortés, el Pele, un magnífico animador y organizador cultural que consiguió que pasara por Murcia lo mejor de la canción de autor española. Recuerdo con curiosidad que prácticamente la única petición que hizo Paco a los organizadores del concierto fue la de que hubiera una alfombra o  moqueta roja cuadrada en la parte del escenario donde él se iba a ubicar. Viendo vídeos de otras actuaciones suyas posteriores descubrí que sigue manteniendo esa costumbre.  
 Después del recital tuve el privilegio de cenar por las tascas murcianas con el propio Paco Ibáñez, Xabier Ribalta, que giraba con el maestro haciendo las primeras partes de los recitales, el pianista Francesc Capella, que acompañaba al telonero cantante catalán, y el mencionado Juan Antonio García Cortés. He de decir que Paco es la sencillez personificada, de un trato muy llano, muy accesible. Después de la cena se organizó una interesante tertulia. Hablamos de la Canción en general, del maestro Brassens, de la situación política de aquel momento... Al final incluso cantamos “a capella” “La Tormenta” de Brassens, pero no la versión en español de Krahe sino la original en francés, “L'Orage”. 

 Bueno, ha ido pasando el tiempo y el maestro sigue en la brecha, pasados ya los ochenta años. Es el referente de la canción de autor en España, el patriarca. Y es que se puede decir que el tema fundacional de este movimiento fue "La más bella niña", de Góngora, poema que tras su lectura inspiró en Paco, ebanista de profesión por aquel entonces, la música de la que fue la primera canción de cantautor en nuestro país, la primera también de su carrera. Todo lo que vino después arrancó de ese punto. Y hasta ahora.

(Texto: ©2018 Mariano López- Acosta Abellán)

martes, 23 de enero de 2018

Joan Manuel Serrat, el noi del Poble Sec. II



En 1971 publicaba Serrat el LP Mediterráneo. Según la mayoría de la crítica, el cantante barcelonés llegaba al punto álgido de su inspiración, de su madurez como compositor. Diez canciones para la Historia, una de ellas, Vencidos, compuesta a partir de un poema de León Felipe. Éstas eran las demás: Aquella pequeñas cosas, Mediterráneo, Aquella pequeñas cosas, La mujer que yo quiero, Pueblo blanco, Tío Alberto, Qué va a ser de ti, Lucía, Vagabundear, Barquito de papel
 Muy buenos recuerdos me trae este trabajo del noi. Lo escuchamos por primera vez en un viaje de veraneo familiar por los pueblos blancos de la costa malagueña. La contemplación del mar azul desde el "Opel Kadet super1000 caravan" de mi padre mientras escuchábamos Mediterráneo, Vagabundear y los demás temas  fue algo que siempre hemos recordado en mi familia con mucha nostalgia.  
Este disco, como dos o tres anteriores, se grabó en un estudio de Milán. El arreglista fue Juan Carlos Calderón. Como anécdota cabe decir que  muchos años después éste confesó estar arrepentido de haberle puesto  batería a los arreglos de Lucía en vez de una percusión más cálida e intimista. 
Poco más  cabe añadir a estas alturas a todo lo dicho sobre la canción Mediterráneo. Por mi parte puedo confirmar que ha sido el tema que más me ha costado acompañar a la guitarra, no por sus acordes sino por ese imposible compás de 5/4, estilo bossa, que nos volvía locos para llevar el ritmo mientras tocábamos  y cantábamos. La crítica musical siempre ha visto el espléndido Take five de Dave Brubeck, todo un clásico, como la fuente de inspiración que tuvo Juan Carlos Calderón para componer los arreglos que aplicó a la emblemática canción de Serrat. Escuchadla y veréis qué familiar os resulta ese ritmillo que tanto nos complicaba la vida cuando lo intentábamos sacar a la guitarra en las siestas del verano. 
Serrat había nacido en el seno de una familia muy humilde en el barrio del Poble Sec de Barcelona el 27 diciembre de 1943. Su padre era un peón que trabajaba en Catalana de Gas. Con el tiempo el cantante acabaría casándose con la hija del jefe de esa empresa, con Candela Tiffón. 
La madre de Serrat era una campesina de Belchite. Esta localidad aragonesa fue un punto caliente en el Frente de Aragón durante la Guerra Civil. La familia materna del cantante perteneció al bando perdedor y además sufrió con dureza las consecuencias del  conflicto. En su nostálgico tema Cançó de bressol hace Serrat referencia a todo esto:

“Cançó de bressol que llavors ja em parlava
del meu avi que dorm en el fons d'un barranc,
d'un camí ple de pols, d'un cementiri blanc,
i de camps de raïms, de blats i d'oliveres.
D'una verge en un cim, de camins i dreceres,
de tots els teus germans que van morir a la guerra.”

(“Canción de cuna que entonces ya me hablaba
de mi abuelo que duerme en el fondo de un barranco,
de un camino lleno de polvo, de un cementerio blanco,
de campos de uvas, de trigos y olivos.
De una virgen en una cima, de caminos y atajos,
de todos tus hermanos que murieron en la guerra”.)

 Ha contado Serrat en alguna ocasión que lleva siempre con él una foto se su abuelo materno, que tiene una imagen suya permanentemente en su mesa de trabajo. Que lo lleva en su memoria aunque no lo conoció. 
Y también ha referido que su madre le inculcó la idea de mirar hacia adelante, de que nunca el odio tuviera cabida en su corazón. De hecho siempre le ocultó de niño las desgracias familiares.
                                       
 Serrat se diplomó como perito agrícola en la Universidad Laboral de Tarragona y tenía previsto estudiar Biológicas. Pero cierta madrugada se presentó con su guitarra en  el programa nocturno Radioscope del popular locutor de aquella época Salvador Escamilla. 

  (Continuará...)

(Texto: © Mariano López A. Abellán)


miércoles, 17 de enero de 2018

Historia y Política


 Con mucha frecuencia se utiliza la Historia como argumento para defender determinadas posturas políticas y la reivindicación de legítimos derechos históricos. Que si un territorio concreto ha gozado en el pasado de independencia o no... Que si se erigió en reino, o en condado o señorío... Que si era vasallo de un tercero...Todas estas descripciones son usadas como pruebas con diferentes intencionalidades políticas , ya sea en pro del centralismo o del nacionalismo o del independentismo, etc, etc. Pero yo creo que a todas esas discusiones habría que añadirles un breve comentario:
Estamos describiendo la situación de unas épocas en que no existía el concepto de ciudadanía ni de nación. En que la mayoría de los habitantes de esos pueblos carecían de los mínimos derechos. No pertenecían a una patria sino que eran súbditos o vasallos, que eran propiedad de unos señores que los utilizaban para hacer sus guerras y para asegurarse la producción de los bienes imprescindibles para la subsistencia. Todas estas disquisiciones históricas no sirven ni para arrimar el ascua a la sardina de tal o cual intencionalidad política nacionalista o centralista. Estamos hablando de pueblos formados por inmensas mayorías de seres explotados cuya pertenencia a tal o cual reino o condado o ducado estaba al albur de lo que organizaran entre sí las minoritarias élites explotadoras dominantes del momento a base de matrimonios estratégicos o guerras. Fuera cual fuera, no entro en ello, la , por lo visto, farragosa situación política y administrativa de esos tiempos no se puede hacer ninguna proyección ni extrapolar nada que sirva como argumento político para resolver problemas actuales. Ahora, se supone, ya se puede hablar de ciudadanos con derechos y con capacidad para decidir libremente su destino, sea éste cual sea, siempre de manera pacífica y democrática

sábado, 13 de enero de 2018

Franz Ludwig Catel. El pintor alemán que descubrió Italia.



Se trata de un pintor previo a esa generación del Romanticismo alemán que llenó los lienzos y los versos de lunas veladas en parajes tenebrosos, en noches misteriosas y brumas inquietantes. Solo que  Franz Ludwig Catel buscó la inspiración (y en realidad el sentido de su vida) en un luminoso Sur enclavado en Italia. Allí, rodeado de un mundo "libre de preocupaciones", en una atmósfera grata de luz y  amables paisajes romanos encontró sus fuentes este artista  

Fue decisiva la influencia que tuvo en Alemania para la construcción de un imaginario que exaltaba lo mediterráneo como un ámbito de vida atemporal dominado por la alegría de la luz, la cultura de la Antigüedad clásica y la sabiduría del buen vivir.  No es difícil imaginar la sensación que produciría en una tierra de tenue luz e invitación al recogimiento de los ambientes interiores esta explosión de hedonismo y "joie de vivre" que se manifiesta  aquí en la alegre borrachera del futuro rey de Baviera Luis I junto a sus fieles acólitos en una taberna romana. 

 El artista berlinés había pasado por París para completar su formación artística, pero cuando años más tarde descubrió Roma (en donde se había instalado un pequeño grupo de pintores alemanes que fueron conocidos como los "Nazarenos") y Nápoles,  ya no regresaría nunca de forma estable a Alemania. Vivió y murió en la capital italiana.

El príncipe coronado Ludwig en la taberna española de Roma  (1824)
Franz Ludwig Catel (Berlín, 22 Febrero 1778 –  Roma, 19 Diciembre 1856)

By Franz Ludwig Catel - Bayerische Staatsgemäldesammlung, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=24910263




viernes, 5 de enero de 2018

"La Adoración de los Reyes". RAMÓN DEL VALLE- INCLÁN.


VINDE, vinde, Santos Reyes
Vereil, a joya millor,
Un meniño
Como un brinquiño,
Tan bunitiño,
Qu’á o nacer nublou o sol!

 "Desde la puesta del sol se alzaba el cántico de los pastores en torno de las hogueras, y desde la puesta del sol, guiados por aquella otra luz que apareció inmóvil sobre una colina, caminaban los tres Santos Reyes. Jinetes en camellos blancos, iban los tres en la frescura apacible de la noche atravesando el desierto. Las estrellas fulguraban en el cielo, y la pedrería de las coronas reales fulguraba en sus frentes. Una brisa suave hacía flamear los recamados mantos. El de Gaspar era de púrpura de Corinto. El de Melchor era de púrpura de Tiro. El de Baltasar era de púrpura de Menfis. Esclavos negros, que caminaban a pie enterrando sus sandalias en la arena, guiaban los camellos con una mano puesta en el cabezal de cuero escarlata. Ondulaban sueltos los corvos rendajes y entre sus flecos de seda temblaban cascabeles de oro. Los tres Reyes Magos cabalgaban en fila. Baltasar el Egipcio iba delante, y su barba luenga, que descendía sobre el pecho, era a veces esparcida sobre los hombros… Cuando estuvieron a las puertas de la ciudad arrodilláronse los camellos, y los tres Reyes se apearon y despojándose de las coronas hicieron oración sobre las arenas. Y Baltasar dijo: —¡Es llegado el término de nuestra jornada!… Y Melchor dijo: —¡Adoremos al que nació Rey de Israel!… Y Gaspar dijo: —¡Los ojos le verán y todo será purificado en nosotros!… Entonces volvieron a montar en sus camellos y entraron en la ciudad por la Puerta Romana, y guiados por la estrella llegaron al establo donde había nacido el Niño. (...).
  —¡Abrid!… ¡Abrid la puerta a nuestros señores! Entonces los tres Reyes se inclinaron sobre los arzones y hablaron a sus esclavos. Y sucedió que los tres Reyes les decían en voz baja: —¡Cuidad de no despertar al Niño! Y aquellos esclavos, llenos de temeroso respeto, quedaron mudos, y los camellos, que permanecían inmóviles ante la puerta, llamaron blandamente con la pezuña, y casi al mismo tiempo aquella puerta de viejo y oloroso cedro se abrió sin ruido. Un anciano de calva sien y nevada barba asomó en el umbral. Sobre el armiño de su cabellera luenga y nazarena temblaba el arco de una aureola. Su túnica era azul y bordada de estrellas como el cielo de Arabia en las noches serenas, y el manto era rojo, como el mar de Egipto, y el báculo en que se apoyaba era de oro, florecido en lo alto con tres lirios blancos de plata. Al verse en su presencia los tres Reyes se inclinaron. El anciano sonrió con el candor de un niño y franqueándoles la entrada dijo con santa alegría: —¡Pasad! Y aquellos tres Reyes, que llegaban de Oriente en sus camellos blancos, volvieron a inclinar las frentes coronadas, y arrastrando sus mantos de púrpura y cruzadas las manos sobre el pecho, penetraron en el establo. Sus sandalias bordadas de oro producían un armonioso rumor. El niño, que dormía en el pesebre sobre rubia paja centena, sonrió en sueños. A su lado hallábase la Madre, que le contemplaba de rodillas con las manos juntas. Su ropaje parecía de nubes, sus arracadas parecían de fuego, y como en el lago azul de Genezaret, rielaban en el manto los luceros de la aureola. Un ángel tendía sobre la cuna sus alas de luz, y las pestañas del Niño temblaban como mariposas rubias, y los tres Reyes se postraron para adorarle y luego besaron los pies del Niño. Para que no se despertase, con las manos apartaban las luengas barbas que eran graves y solemnes como oraciones. Después se levantaron, y volviéndose a sus camellos le trajeron sus dones: Oro, Incienso, Mirra. Y Gaspar dijo al ofrecerle el Oro: —Para adorarte venimos de Oriente. Y Melchor dijo al ofrecerle el Incienso: —¡Hemos encontrado al Salvador! Y Baltasar dijo al ofrecerle la Mirra: —¡Bienaventurados podemos llamarnos entre todos los nacidos! Y los tres Reyes Magos despojándose de sus coronas las dejaron en el pesebre a los pies del Niño. Entonces sus frentes tostadas por el sol y los vientos del desierto se cubrieron de luz, y la huella que había dejado el cerco bordado de pedrería era una corona más bella que sus coronas labradas en Oriente… Y los tres Reyes Magos repitieron como un cántico: —¡Éste es!… ¡Nosotros hemos visto su estrella! Después se levantaron para irse, porque ya rayaba el alba. La campiña de Belén, verde y húmeda, sonreía en la paz de la mañana con el caserío de sus aldeas disperso, y los molinos lejanos desapareciendo bajo el emparrado de las puertas, y las montañas azules y la nieve en las cumbres. Bajo aquel sol amable que lucía sobre los montes iba por los caminos la gente de la aldea. Un pastor guiaba sus carneros hacia las praderas de Gamalea; mujeres cantando volvían del pozo de Efraín con las ánforas llenas; un viejo cansado picaba la yunta de sus vacas, que se detenían mordisqueando en los vallados, y el humo blanco parecía salir de entre las higueras… Los esclavos negros hicieron arrodillar los camellos y cabalgaron los tres Magos. Ajenos a todo temor se tornaban a sus tierras, cuando fueron advertidos por el cántico lejano de una vieja y una niña que, sentadas a la puerta de un molino, estaban desgranando espigas de maíz. Y era éste el cantar remoto de las dos voces:


Camiñade Santos Reyes
por camiños desviados,
que pol’os camiños reas

herodes mandou soldados

[Texto: La Adoración de los Reyes. (de Jardín Umbrío) RAMÓN DEL VALLE- INCLÁN].

(La Adoración de los Magos. Jacobo Bassano, el Viejo.) 


jueves, 4 de enero de 2018

José Echegaray, una eminencia decimonónica.


 ¿Alguien ha leído al nobel español Echegaray? Me da la impresión de que debe de ser un autor totalmente infumable para un lector actual. Desde luego era una eminencia de la época. Ingeniero, uno de los más brillantes matemáticos españoles, ministro...  No conozco su literatura pero me la imagino aquejada de una afectación decimonónica digna de estudio.  Pero a lo mejor solo son prejuicios míos.
 Este es un soneto en el que expone su poética teatral:

Escojo una pasión, tomo una idea,
un problema, un carácter... y lo infundo,
cual densa dinamita, en lo profundo
de un personaje que mi mente crea.

La trama, al personaje le rodea
de unos cuantos muñecos que en el mundo
o se revuelcan en el cieno inmundo
o se calientan a la luz febea.

La mecha enciendo. El fuego se prepara,
el cartucho revienta sin remedio,
y el astro principal es quien lo paga
.
Aunque a veces también en este asedio
que al arte pongo y que al instinto halaga,
¡me coge la explosión de medio a medio!